Esta enfermedad, tradicionalmente
asociada a la selva y a la actividad minera ilegal, se hace cada vez más
recurrente entre los habitantes de la capital del municipio Gran Sabana. Los
especialistas explican que esto se debe a la movilización de los enfermos, a la
deforestación de los bosques cercanos, a las fallas del sistema de salud. Imagen: Cortesía.
Por Morelia MRs
Entre finales de marzo, y comienzos de abril, mientras la
sequía, atribuida al fenómeno de El Niño, se posterga y las temperaturas se
disparan, incluso durante la noche, en la precariamente urbana Santa Elena de
Uairén, a los diagnósticos de zika y dengue entre las personas que viven y
trabajan acá, entre aquellos que no suelen ir a las minas, se suman los de paludismo
o malaria humana.
Santa Elena es la capital del municipio Gran Sabana, en el
sureste de Venezuela, una ciudad de entre 25 a 30 mil habitantes, rodeada de
áreas protegidas y de zonas selváticas en donde se practica la minería ilegal y
se disemina el paludismo, una enfermedad transmitida por el mosquito anófeles.
Sin embargo, por su temperatura, los residentes de Santa
Elena históricamente se han mantenido a salvo de esta dolencia caracterizada
por fiebres, escalofríos, dolores musculares y de cabeza y que incluso puede causar la muerte.
Durante la semana epidemiológica número 12, la última del
mes de marzo, el Servicio de Vigilancia Epidemiológica del Hospital Rosario
Vera Zurita contabilizó entre las dos parroquias que conforman el municipio,
Gran Sabana sección capital e Ikabarú, un total de 371 casos, si bien los
registros no discriminan entre los infectados en una u otra zona de la
jurisdicción.
De los 371 casos, 272 padecen del tipo Vivax, 47 del
falciparum y 52 de ambos es decir son casos en los que la sangre vista al
microscopio reveló que el paciente se encuentra infectado con los dos tipos de
paludismo que se presentan en la zona. Durante la semana epidemiológica número
12 del año 2015, el Servicio contó 79 casos de Vivax, 35 de falciparum y 58
mixtos, para un total de 172 casos.
Hay además otras dos comunidades en donde históricamente no
se presentaban casos de paludismo y en donde recientemente existen docenas de
enfermos: Chirikayén y El Paují, ubicadas a 27 y 80 kilómetros de la ciudad
fronteriza. Dos sitios altos, antes frescos y cada vez más cálidos en donde poco
o nada se practicaba la minería y en donde cada vez más se realiza esta
actividad.
En el Servicio de Vigilancia Epidemiológica se cree que este
cambio en la localización de la malaria se debe primordialmente a la sequía
generada por el fenómeno de El Niño y a los cambios de temperatura. Explican
que en un ambiente cálido el mosquito vive más y durante esas horas extras
logra picar a una persona enferma, entre aquellos que llegan de las minas y
luego infectar a una persona sana, entre aquellos que residen permanentemente
en Santa Elena.
El personal de Epidemiología no descarta que esta
modificación obedezca a la deforestación de los bosques próximos, pues el
mosquito vive en zonas boscosas.
Se deforesta con fines urbanísticos, agrícolas o mineros, En
los últimos 18 años, en Santa Elena se han consolidado al menos 18 invasiones,
en espacios naturales y desde hace cinco años o un poco más existe una
gigantesca mina en los límites entre la comunidad de Maurak y La Planta, un
barrio urbano.
Adicionalmente, los adscritos a Epidemiología no poseen ni
carros, ni equipos, ni químicos para fumigar, dependiendo así del apoyo de sus
colegas brasileros.
A mediados de marzo, en virtud de la emergencia declarada en
Brasil ante la proliferación del virus del zika, las autoridades
epidemiológicas de ese país comisionaron a sus funcionarios y siete camionetas
fumigaron el flanco venezolano de la frontera. Desafortunadamente, las
fumigaciones posteriores no se hicieron en los tiempos óptimos. Ahora se sabe
que por petición de la Alcaldía de Gran Sabana, los brasileros van a enviar dos
camionetas más, muy probablemente hacia las zonas mineras que es en donde hay
más malaria.
La proliferación del paludismo en la zona urbana ya se dio durante
la sequía entre los años 2011-2012. Pero en aquel momento sólo se diseminó el
Vivax y la temporada duró menos. Ahora, en La Planta, El Hospital, La
Bolivariana, Cielo Azul, Guayabal, La Orquídea y Puerto San Rafael hay
infectados.
Como no son mineros, los infectados ni siquiera sospechan
acerca de la posibilidad de sufrir de este mal, lo cual los expone durante más
tiempo a la presencia del parásito en su torrente sanguíneo. Por tanto, la
recomendación es contundente: de momento, todo habitante de esta frontera que
lleve más de tres días con los síntomas mencionados, debe hacerse una gota gruesa.
En la Unidad de Malariología Demarcación I de Santa Elena de
Uairén aseguran que el origen del problema son las personas mal curadas,
quienes al llegar de las minas son picadas por los mosquitos que luego infectan
a los habitantes de la localidad, un factor al cual se suman las altas
temperaturas, "el mosquito es más virulento, vive más, pica más, aunado a
que no tenemos vehículo, no tenemos cómo fumigar", explicó un funcionario
sin identificarse.
Los exámenes y los tratamientos son gratuitos. Sin embargo,
no siempre las dependencias de salud están en capacidad de colocar en manos del
paciente, desde el momento del diagnóstico, la cantidad total de pastillas que
debe tomar.
Pedro Clauteaux, especialista en malaria con años de
experiencia en la zona, cree que el problema radica en las personas mal
curadas, portadores de un parásito que posteriormente es transmitido por el
anófeles a una persona sana, incluso fuera de la zona comúnmente vinculada a la
acción de estos insectos.
Explicó que –eventualmente- si llegan tres pacientes el
tratamiento se reparte entre los tres y se les pide que vuelvan por el resto.
No obstante, uno regresa en el tiempo indicado, el segundo retorna con retraso
y el tercero no vuelve porque se siente bien, pero, en determinadas condiciones
(como, por ejemplo, sequía, calor y fallas en cuanto fumigación) puede transmitir
la enfermedad.