Por Morelia Morillo
A pesar de que todo a su
alrededor son huecos mineros, Margarita
insistió y ahora mismo saca provecho de las sabanas arenosas en donde vive;
hace cinco años, Carmen Raquel Benavides tuvo que echar a quienes pretendían
perforar el río Manak Karán, conocido por
lo no indígenas como El Cajón, a cambio de oro y está a poco de inaugurar un
parador turístico y su hermana Elba Benavides continúa sembrando con especies
autóctonas los alrededores de la laguna con la que colinda el patio de su casa
en la comunidad de El Paují o Karawararé Tuy, un espacio en donde la quema
suele devorar la vegetación año tras año.
Ellas son un trío de soñadoras
que ha perseverado y que sirve de modelo para que los más jóvenes se den cuenta
de que es posible materializar los sueños sin necesidad de ir a la mina.
Las tres están trabajando para
ellas, para sus familias y para su comunidad, como beneficiarias del Programa
de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial de la
Organización de las Naciones Unidas (FMAM-ONU), en alianza con la Fundación
Mujeres del Agua (FMA), el Consejo Comunal Karawaré Tuy y la Asociación Civil
La Cosecha.
Se dedican a la recuperación de
las áreas intervenidas por la minería, desde el vivero hasta la cogida y el
procesamiento de alimentos, con lo cual aprovechan al máximo la producción.
Margarita se ocupará de hacer casabe y Marelly Parilli, otra de las vecinas de
la comunidad, de deshidratar los frutos propios del conuco pemón: la piña, el
cambur, la lechoza.
Pero además están empeñadas en
abrir sus patios a la comunidad, para que otros se percaten de lo que están
haciendo y se entusiasmen con el ejemplo.
Por eso, entre noviembre y enero
pasados, Elba, Carmen y Margarita recibieron a los estudiantes de quinto año de
la Unidad Educativa Nacional El Paují, en el marco del Proyecto Educativo Integral Comunitario (PEIC) cuyo
tema es el Diseño de un Sistema agroforestal taurepán combinado..
Durante las
visitas, los muchachos se conectaron con tres experiencias cercanas que
demuestran que sí es posible producir y cuidar de la naturaleza.
Elba Benavides, presidenta de la
FMA, compartió con ellos en su vivero, un lugar en donde germinan y crecen
especies locales cuyos nombres y usos
sólo recordaban los abuelos.
Margarita les confesó que, cuando
dijo que iba a sembrar en los arenales, que a su paso iba dejando la mina,
todos creían que "estaba loca" y ahora crecen las yucas y otras
plantas; con el financiamiento, logró hacerse con las herramientas para
trabajar y está a poco de fabricar y echar a andar la casabera que le permitirá
hacer el pan de los pemón para su familia y su comunidad.
Y Carmen Raquel les habló de sus años de lucha por conservar
el sitio en donde crecieron sus hijas, de cómo logró sacar del lugar a los
mineros y mantenerlos lejos de los alrededores, les mostró los avances de su
proyecto de turismo y el sendero de interpretación de la naturaleza que busca
acercar a los visitantes al conocimiento del hábitat de este pueblo indígena.
A los muchachos les alegró la sabiduría de Elba y el aplomo de Carmen, pero sobre todo se
conectaron con la conmovedora historia de Margarita quien abrió desde su
experiencia una ventana para demostrar que Mi conuco en la Sabana es posible.
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